lunes, octubre 06, 2008

SALUDOS

Crónicas de un desvelo trata principalmente de como se convierte tu vida cuando empiezas el largo camino para ser médico.


Para iniciar los que deseen ser médicos inicien por leer los consejos de Asclepio, bastante acertados en muchos puntos.

¿Queréis ser médico, hijo mío? Aspiración es ésta de un alma generosa, con espíritu ávido de ciencia. ¿Deseas que los hombres te tengan por un dios que alivia sus males y ahuyenta el espanto?, ¿Has pensado bien lo que ha de ser tu vida? Tendrás que renunciar a tu vida privada: mientras la mayoría de los ciudadanos puede, terminada su tarea, aislarse lejos de los importunos, tu puerta quedará siempre abierta a todos; a toda hora del día o de la noche vendrán a turbar tu descanso, tus placeres y tu meditación; ya no tendrás horas que dedicar a la familia, a la amistad o al estudio, pues ya no te pertenecerás.

Los pobres, acostumbrados a padecer, no te llamarán sino en caso de urgencia; pero los ricos te tratarán como un esclavo encargado de remediar sus excesos: sea porque tengan una indigestión o por que estén acatarrados, harán que te despierten a toda prisa, tan pronto como sientan la menor inquietud, pues estiman en muchísimo su persona. Habrás de mostrar interés por los detalles más vulgares de su existencia, decidir si han de comer ternero o carnero, o si han de andar de tal o cual modo cuando se paseen. No podrás ir al teatro, ni ausentarte de la ciudad, ni estar enfermo, sino que deberás estar siempre listo para acudir tan pronto como te llame tu amo.

Eras severo en la elección de tus amigos; buscabas la sociedad de los hombres de talento, de artistas, de almas delicadas; en adelante, no podrás desechar a los fastidiosos, a los escasos de inteligencia, a los despreciables. El malhechor tendrá tanto derecho a tu asistencia como el hombre honrado; prolongarás la vida de los nefastos, y el secreto de tu profesión te prohibirá impedir crímenes de los que serás testigo.

Tienes fe en tu trabajo para conquistarte de reputación; ten presente que te juzgarán no por tu ciencia, sino por las casualidades del destino, por el corte de tu capa, por la apariencia de tu casa, por el número de tus criados y por la atención que dediques a la charla y a los gustos de tu clientela. Los habrá quienes desconfiarán de ti si no gustas barba, otros si no vienes de Asia, otros si crees en los dioses, y otros más si no crees en ellos.

Te gusta la sencillez; habrás de adoptar la actitud de un augur. Eres activo, sabes lo que vale el tiempo; no habrás de manifestar fastidio, ni impaciencia; tendrás que soportar relatos que arranquen del principio de los tiempos para explicarte un cólico; ociosos te consultarán por el solo placer de charlar. Serás el vertedero de sus disgustos, de sus nimias vanidades.

Sientes pasión por la verdad; ya no podrás decirla. Tendrás que ocultar a algunos la gravedad de sus males, a otros su insignificancia, consentir en parecer burlado, ignorante, cómplice.


Aunque la medicina es una ciencia ascura, a quien los esfuerzos de sus fieles van iluminando de siglo en siglo, no te será permitido dudar nunca, so pena de perder todo crédito, si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad, que posees un remedio infalible para curarla: el vulgo irá a consultar a charlatanes que venden la mentira que necesita.

No cuentes con agradecimiento; cuando el enfermo sana, la curación se debe a su robustez; si muere, eres tu el que lo ha matado. Mientras esta en peligro, te trata como dios; te suplica, te promete, te colma de halagos; no bien esta en convalecencia, ya le estorbas, y cuando se trata de pagar los cuidados que le has prodigado, se enfada y te denigra.

Cuanto más egoístas son los hombres, más solicitud exigen por parte del médico. Cuanto más codiciosos son ellos, más desinteresado ha de ser él, y los mismos que se burlan de los dioses le confieren sacerdocio para interesarlo en el culto de su sacra persona. La ciudad confía en él para que remedie los daños que ella causa. No cuentes que ese oficio tan penoso te haga rico; te lo he dicho, es sacerdocio, y no será decente que produjera ganancias como las que obtiene un aceitero o el que vende la lana.


Te compadezco si tienes afán de belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana; todos tus sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tu oído contra el sudor de pechos sucios, respirar el olor de míseras viviendas, los perfumes harto subidos de las cortesanas, palpar tumores, curar llagas verdes de pus, fijar tu mirada y olfato en inmundicias, meter el dedo en muchos sitios. ¡Cuántas veces en un día lleno de sol y perfumado, o al salir del teatro de ver una pieza de Sófocles, te llamarán para ver a un hombre que, molestado por los dolores de vientre, pondrá ante tus ojos un bacín nauseabundo,diciéndote satisfecho: "...gracias a que he tenido precaución de no tirarlo"!.Recuerda entonces que habrá de parecer que te interesa mucho aquella deyección.


Hasta la belleza de las mujeres, consuelo del hombre, se desvanecerá ante ti. Las verás por la mañana desgreñadas, desencajadas, desprovistas de sus bellos colores y olvidando sobre los muebles parte de sus atractivos. Cesarán de ser diosas para convertirse en pobres seres afligidos de miseria, sin gracia. Sentirás por ellas más compasión que deseo. ¡Cuántas veces te asustarás al ver a un cocodrilo adormecido en la fuente de los placeres!


Tu vida transcurrirá como a la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas, entre duelos y la hipocresía, que calcula, a la cabecera de los agonizantes; la raza humana es un Prometeo desgarrado por buitres.


Te verás solo en tus tristezas, solo en tus estudios, solo en medio del egoísmo humano. Nisiquiera encontrarás apoyo entre los médicos, que se hacen sorda guerra por interés u orgullo. Únicamente la conciencia de aliviar males podrá sostenerte en tus fatigas. Piensa mientras estás a tiempo; pero si, indiferente a la fortuna y a los placeres de la juventud; si sabiendo que te veras solo entre fieras humanas, tienes un alma lo bastante estoica para satisfacerse con el deber cumplido sin ilusiones; si te juzgas bien pagado con la dicha de una madre, con la cara que sonríe por que ya no padece, o con la paz de un moribundo a quien ocultas la llegada de la muerte; si ansías conocer al hombre y penetrar todo lo trágico de su destino, ¡Hazte médico, hijo mío!